¿Qué es la buena arquitectura? Hace más de dos mil años, Vitruvio hubiera respondido que la buena arquitectura es aquella que contempla tres principios básicos: firmitas (firmeza), utilitas (utilidad) y venustas (belleza), tal como describió en su tratado De Architectura, y probablemente, nadie lo hubiera cuestionado. Hoy en día, esta amplia pregunta es capaz de despertar centenares de respuestas, todas personales y subjetivas, que tienen que ver con la vivencia y experiencia de cada persona.
Una mirada sobre la buena arquitectura es la de aquella que busca despertar emociones en el usuario, que busca crear experiencias únicas e inolvidables, relacionadas con la tipología y el contexto de la obra. Una arquitectura que se vuelve poesía, que genera sensaciones que no pueden ser descritas o traducidas en palabras: espacios inefables.
Precisamente estos conceptos son los que Le Corbusier persiguió con el diseño y construcción de la Capilla Notre Dame du Haut, en Ronchamp, Francia. Con este proyecto, Le Corbusier se alejó de los planteamientos maquinistas e incluso racionalistas de su primera época, para ensayar una nueva experiencia formal. Pasó de fomentar un carácter universal de sus proyectos, con principios estandarizados, a entregarse a una respuesta plenamente individual que lo llevaría a crear una obra de carácter atemporal y enigmática.
Existe en España una anécdota anónima sobre dos arquitectos, de habla castellana y con cierto renombre internacional, que visitaban su despacho en la Rue de Sèvres, en el París de los años cincuenta. La historia cuenta que los dos arquitectos, que eran más jóvenes que el maestro, fueron conducidos a una zona de espera de ese estudio instalado en un antiguo monasterio jesuítico, donde en un largo y estrecho pasillo se alineaban infinidad de tableros, banquetas, sillas, caballetes y todo tipo de material para dibujar.
Una pequeña puerta separaba el bullicio del trabajo diario, que a menudo estaba musicalizado por Bach o por cantos gregorianos provenientes de una iglesia monacal cercana, del espacio privado reservado para el trabajo personal e íntimo del arquitecto.
Después de un holgado tiempo de espera, Le Corbusier hizo su entrada y los saludó con una pregunta directa: ¿Saben por qué Dios es tan importante?. Los dos jóvenes se quedaron mudos y, ante su reacción, el arquitecto continuó: Porque no se le ve. Tras lo cual y sin dar espacio a más conversación, se despidió de sus perplejos visitantes.
Esta historia, además de apoyar el incierto carácter religioso de Le Corbusier, de sus posibles creencias e incredulidades, proporciona más preguntas que respuestas. Le Corbusier no practicaba ninguna religión en concreto, sin embargo no carecía de cierto sentido hacia las cosas elevadas. A una pregunta sobre sus creencias en relación a la Capilla de Ronchamp, contestó que ignoraba el milagro de la fe, pero que veía a menudo el del espacio inefable.
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Sin palabras para explicarlo, podemos acercarnos a sentir o experimentar el espacio sagrado de este proyecto, el más desconcertante de la historia profesional del arquitecto e incluso del siglo XX. Podemos acercarnos desde una comprensión de la habilidad del arquitecto para crear espacios sublimes, espacios emotivos, un arquitecto que cree en la arquitectura como auténtica obra de arte total.
A continuación se presenta un ensayo fotográfico que describe la vivencia, o más bien “una vivencia”, de esta obra, que es considerada, al menos por algunos, buena arquitectura.